¿Salir de dónde?
¿Ante quién?
¿Diciendo que uno es qué?
La teoría queer y su postura
antisalida del closet.
Salir
del armario, aparecer en público, ofrecerse a los otros, a su mirada, a
sus oídos, a su sensibilidad, con una “identidad” que desafía el orden
heteronormativo que organiza la realidad... La crítica queer a la salida
del armario ha sido paralela de su crítica a las políticas de
identidad. Si la salida del armario supone mostrarse “como una realmente
es”, o sacar a la luz “la propia identidad”, la crítica queer pondrá en
cuestión la normalización o la colonización de esa identidad que una
dice tener.
En esta clave, en “Imitación e insubordinación de género”,
un clásico artículo que data de 1991, Judith Butler cuestiona este
aspecto del “coming out” y se pregunta: “¿Qué o quién es eso que está
afuera, hecho visible completamente manifiesto cuando y si me revelo a
mí misma como una lesbiana? ¿Qué es lo que se sabe ahora? ¿Algo?... Si
proclamo que soy lesbiana, salgo de un armario sólo para crear otro
armario nuevo y diferente”.
El reclamo de Butler no alude a la
singularidad individual desde la cual se viven subjetivamente la
sexualidad o el género, si bien la dimensión psíquica que vuelve un
tanto (y bastante) problemáticas las relaciones del Yo con las
categorías sociales también está presente. Más bien apunta a la
inestabilidad de estas categorías –hombre, mujer, heterosexual,
homosexual– y al hecho de que las mismas no son una realidad última de
la existencia humana sino más bien el efecto de relaciones de poder y
paradigmas de conocimiento. ¿Cuáles son los signos que habrá que emitir
para ser interpretada como lesbiana o como bisexual? ¿Cómo se configuran
y circunscriben esos códigos de lectura mediante los que una podrá ser
leída como una disidente de la heterosexualidad?
La crítica queer
planteará que, entendida en estos términos, la salida del armario
dependerá de una normativa que condiciona y prescribe cómo ha de
materializarse esa identidad, lesbiana, gay, bisexual para que pueda ser
comprendida y comunicada como tal. En la medida en que la apuesta queer
ha sido, en cierto sentido, la de desestabilizar las categorías
identitarias –la policía queer anti-identidad, hay quienes la llaman–,
el coming out entendido como un hecho que constata una identidad x sería
problemático para su política, ya que mediante esa constatación
reproduciría y reforzaría estas categorías.
Lo que Sedgwick pone en cuestión es la complejidad y la multiplicidad de contextos. Cuestionando la narrativa del coming out como un pasaje de un adentro a un afuera que se daría en un determinado momento, la autora señala que a lo largo de nuestra vida nos veremos en muchos contextos diferentes, en los cuales la tensión entre el encierro del armario y su salida siempre estará presente. Ahora bien, en muchos casos, salir del armario no es una opción. Simplemente se está allá afuera, más allá de las decisiones privadas. Y entonces, cómo se negocia ese afuera elegido o no, también es parte de la política del armario y su salida.
Este aspecto relacional de la salida del armario habilita a repensarla no tanto como un acto constatativo acerca de quiénes somos, sino más bien como un acto performativo capaz de interrumpir, disturbar, la apacible monocromía que la heteronormatividad decreta.
El armario no es tanto ese objeto privatizado que se encuentra en nuestro cuarto, como una institución social, de modo que salir del armario, o abrirlo y desordenarlo, es algo que políticamente involucra muchos frentes. Como acto político hay muchas maneras de resistir el armario, salir, negociar lo que hay dentro o fuera de él, o quizá desestabilizar ese mismo par, dentro-fuera...
Por Leticia Sabsay - Suplemento Soy
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