Decir tu sexo
Las peruanas Melisa Ghezzi y Claudia Salazar se
propusieron sacar una foto en la que no falte ninguna: ninguna de las
lesbianas sudamericanas que escriben y publican –en cualquier soporte– y
ponen a jugar en sus textos su identidad y su sexualidad. El resultado
es un libro exaltado en el que puede atisbarse todavía el peso del
silencio.
Por Catalina Dalton
Una
iniciativa para celebrar, para continuar, para crecer y multiplicarse...
Detrás, dos vertientes: por un lado la actividad literaria que estalla,
imparable, de la mano de lesbianas de diversa edad y procedencia que se
muestran con naturalidad, sin pudores ni rencores. Por otro, la
investigación de Melisa Ghezzi y Claudia Salazar, aunadas por la
trascendencia del proyecto, que desdoblan en una primera parte dedicada a
la poesía, y una segunda, al relato breve.
Escritura joven, entusiasmada, que disfruta de disfrutar, de decir
su sexo, que cuenta con fresco descaro sus peculiares recorridos
eróticos. Es encantador acompañar la libertad desafiante y alegre con
que se explora y desea el cuerpo semejante. Aunque quizá quien lea añore
la mayor profundidad que en algunos casos devendrá del tiempo
transcurrido en el fervor, en la pasión, en las iluminaciones, y hasta
en el dolor tumultuoso que siempre acecha.
En ciertos casos un manto de poesía nos envuelve ardiente, como en
Eleonora Requena, también de Venezuela, frágil, trémula, categórica. Y
la bendita irreverencia que expresa la “Oración”, de la argentina
Gabriela Robledo: “... no nos dejes caer en la cama errada y si así
sucede, danos la fuerza para vestirnos y marcharnos...”, donde asoma,
sutil, un guiño malicioso a la compatriota ausente, Liliana, la poderosa
Felipe. La desolación también, como en “Remember”, de la chilena Malú
Urriola: “... una muchacha neutra, con la mirada extraviada más allá de
las cortinas...”. Y por qué no la rima de hoy, la herramienta de Ely
Zamora, atrevida en su seudo regreso a formas superadas. “... No puedo
imaginar ciertos finales, la manera en que las cosas se aniquilan y
pasan a fomar parte del tiempo...”, dice la argentina Paula Jiménez,
mientras la colombiana Lucía Lozano desea “... que se riegue el césped
de nosotras...”, y la uruguaya Cristina Peri Rossi canta a la memoria
del otro que nos regala la sobrevida: “... sé que vivo dos veces la vez
de esta noche tibia...”, y Valeria Flores, argentina, nos enfrenta, en
cambio, con una vehemencia demasiado intencional, más descriptiva que
poética. La peruana Karen Luy remata con dulzura: “... ya no me dueles
tanto...”, y otra uruguaya, Virginia Lucas, juega con los opuestos:
“Sonaban los metales en la mañana, inicio tibio del puerto”. El deseo se
encrespa en las “Sireanas”, de la peruana Melissa Ghezzi, una de las
antologadoras: “... dedos que penetran embravecidos, hembra a hembra,
sin pudor ni maleficio, como sólo las fieras, sin noción del abismo”, y
otra peruana, Mariela Dreyfus, sintetiza: “... en el recodo de tu
cintura dejo un collar de besos...”. Yvonne Coñuecar, chilena, completa
un viraje hermoso que va desde: “... a las muñecas fabrican para que no
crezcan las mujeres...”, hasta: “... no es juego si dos mujeres se
enfrentan desnudas...”. Esther Castañeda, otra peruana, puede nombrar
bellamente el miedo: “... ella es mayor, pero está asustada, es la misma
con su raya al medio, sin motivo ríe y canta...”. Y otra peruana,
Violeta Barrientos, en deliciosa visión: “... es muy bruta cuando la
quiero y hosca, de ocultarse, porque el dolor la ha hecho así, de piedra
y palo, como a ningún hombre...”. O la boliviana Rosario Aquim,
triunfante de ternura: “... tú inventas con tu cuerpo mis galaxias...”.
Por momentos, en algunos cuentos, la urgencia de las autoras por
finalmente quitarse la mordaza conspira contra “lo poético”: no es fácil
bajarse del desafío al sistema represor y discriminatorio de siempre y
dejar de vivir el amor como una transgresión. Por otra parte, por alguna
ley de lo complementario, los cuentos van formando un espectro
curiosamente abarcativo. Pero siguiendo con la lectura, también
Dinapiera Di Donato, en prosa firmemente enraizada en el proceso social y
político actual de Venezuela, escribió un texto impactante que, aunque
de difícil desentrañamiento, crea una trama lésbica densa. Con notable
maestría la argentina Mariana Docampo entra y sale de la realidad para
incursionar en las anchuras sutiles de un mapa del dolor que va de
Estocolmo a Buenos Aires. Otra argentina, Susana Guzner, recorre las
espirales oscuras del abuso y la traición, se gana el aire puro de la
liberación, y quizás enseña. Gisela Kosak, en cambio, en gesto
interminablemente erudito, se apoya con un codo voluptuoso en nombres y
citas que no la ayudan a expresarse. La ingenuidad de la chiquilina
creada por la brasileña Fátima Mesquita, trémula de amor por una mujer
mayor, es deslumbrada en buena hora. La argentina Irene Ocampo entra en
el despliegue de aportes múltiples con descripciones masturbatorias bien
logradas, pero, como otras colegas, escribe demasiado de corrido y
parece sucumbir a las trampas de lo autobiográfico. Esa falta de
elaboración aburre, pero promete más y mejor. Carmen Ollé, peruana,
alimenta el desencuentro de “A ama a B, que no ama a A”. Brasil está
presente de alma entera en el amor púber entre primas que relata Lara
Orlow en tierna experiencia iniciática. Peri Rossi agrega lo suyo en el
levante que empieza mal y termina bien, porque llueve en la ruta, porque
la soledad es un estado de ánimo, porque veinte años no es nada...
Marian Pessah, una argentina que también aporta, está en situación de
crecimiento y maduración, sugerir más, explicar menos... Alicia Plante,
una argentina que escribe novelas, presenta un cuento con personajes
creíbles e interesantes que bien podrían funcionar como guión de un
futuro relato largo. Reina Roffé, prestigiosa escritora argentina,
aporta un cuento dentro de un cuento donde un ménage-à-trois es
condición necesaria para una intriga donde el deseo va y viene hasta un
remate inesperado. Para la argentina Dalia Rosetti valga la
recomendación de no desperdiciar esta oportunidad de crecer. La peruana
Jennifer Thorndike escribió un relato curioso, con un personaje
fantasmático y fervores cuestionados. Esther Vargas, otra peruana,
parece responder al mandato de la modernidad, cuando busca resolver un
conflicto posteando un blog.
En síntesis, se reconoce en la antología una necesidad de las
lesbianas de la región de poner en palabras el sentimiento y el acto en
sí, de decir el cómo, decir las manos, las lenguas, los muslos y las
humedades, de abandonar el recato porque estallan el hambre y la
lujuria, lo que no debía ser. Y ahora es. Finalmente. Y lo que falta,
donde falta, ya vendrá. Por ejemplo así.